viernes, 10 de febrero de 2012

Reflexiones sobre una charla

Tomada del periódico digital http://www.sexenio.com.mx/columna.php?id=3426
reflexionemos y NO contribuyamos para que más mexicanos queden sin empleo.

Ayer me encontré a Pablo García-Migoya en un restaurante de una franquicia estadunidense.
La charla giró sobre una de sus más recientes obsesiones: la recesión económica mexicana provocada, según él –y tiene toda la razón-, por la actitud snob y frívola de la clase media, clase que, como bien la definen los sociólogos, es la más reaccionaria y arribista de todas.
Dejo en forma de diálogo un fragmento de la conversación.
-Cada vez que aparece un Wal-Mart mueren cientos de negocios: tendajones, misceláneas, verdulerías, tortillerías. ¿Sabías que los dueños –la familia Walton: Helen, Robson, Jim y Alice- ocupan cinco de los diez primeros lugares entre los más ricos del mundo y que como familia superan ampliamente a Carlos Slim pues su fortuna anda en los 90 mil millones de dólares?
-¿En serio?
-Un amigo poblano con una holgada posición económica va al Wal-Mart a comprar tortillas porque son más baratas que en cualquier tortillería. A ese amigo le dije que su actitud contribuía a dejar sin empleo a muchos trabajadores y que, en consecuencia, el desempleo llevaba a mucha gente a delinquir. En suma: todos los que le damos la espalda a los pequeños negocios provocamos que en cualquier esquina alguien nos ataque para robarnos con el riesgo de matarnos. Es la sobrevivencia. Por si fuera poco, cada peso que uno le mete a Wal-Mart o a Oxxo o a restaurantes como el que estamos se va directo a los bolsillos de gente como los Walton que no tiene el menor interés de regresarnos ni el uno por ciento de su dinero.
-¿No me digas que tú compras tus alimentos en las verdulerías y en las tortillerías?
-Absolutamente. No quiero ser parte de la cadena que está matando de hambre a muchos mexicanos.
-Pero los consumidores no somos conscientes de lo que me dices. Uno no va a Office Depot pensando en lastimar la economía de los dueños de las papelerías.
-Eso no le quita gravedad al problema. Yo tengo, lo sabes, una empresa: Solera. En diciembre llegó el señor de las verduras al que siempre le compro los jitomates y las cebollas. ¿Sabes qué hizo? Me compró una canasta de vinos. Es una cadena. Si yo le compro, él me compra. Si voy a comprar a Wal-Mart, que todo lo que vende tiene un origen chino, los Walton no irán a comprarme nada.
-¿Cómo llegaste a esta conclusión tan atroz de que somos los lobos de los mexicanos?
-Un día que estaba presumiendo algún código de ética. Uno de mis interlocutores me dijo de pronto: “¿en serio eres tan recto? No te creo. Acabo de ver una de tus camionetas surtiéndole alcohol a un table-dance. Estás contribuyendo a la trata de personas al hacer negocios con los que finalmente explotan a las mujeres”.
-¿Y qué hiciste?
-Dejé de venderle alcohol a los tables, a los antros, a todo lo que signifique corrupción, explotación sexual e irresponsabilidad. En los antros orillan a los muchachos a beber de más con el riesgo de que cuando salgan de ahí se estrellen o se intoxiquen o violen a una chica.
-Muy buenos tus razonamientos. Sin embargo, me los estás haciendo en un restaurante que forma parte de una cadena gringa. Qué contradicción, ¿no te parece?
-Tienes razón, pero aquí sólo consumo un café. Sólo eso. Vengo a leer el periódico y a hacer algunas llamadas. Vengo aquí porque siempre está vacío a estas horas.
Nos despedimos.
Subí a mi auto.
Saqué mi teléfono que cotiza para Carlos Slim.
Hice una llamada excesivamente cara.
Saqué mi iPad en un alto y entré al servicio de internet que le pago a Carlos Slim.
Me dirigí al centro.
Entré al Sanborns, de Carlos Slim.
Compré un libro, un dvd y una limonada.
Pensé en Slim y lo imaginé viviendo de los mexicanos como los vampiros multinacionales de los que me habló Pablo.
Quise tirar a la basura mi iPhone y mi Ipad.
No pude.
Entonces me vine a mi casa a escribir esta columna para no mandar todo al carajo.

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