lunes, 13 de febrero de 2012

El sitio de Puebla (II parte)

Tomado de la columna de Pedro Ángel Paluo García
http://www.sexenio.com.mx/columna.php?id=3438

Napoleón III designó al general Forey para vengar el agravio inferido a la invencible Francia. Y para eso se le dieron los recursos necesarios para hacer una campaña de buen nivel.
El ejército de Forey estaba formado por dos divisiones de infantería, una brigada de caballería, y el material de sitio, reservas de artillería y servicios administrativos necesarios.
Las fuerzas conservadoras aliadas de los franceses, ascendían a 1 300 hombres de infantería, 1 100 de caballería y 50 artilleros.
Los obstáculos que se presentaron al ejército francés, luego del desembarco, fueron la falta de alojamiento para las tropas, escasez de provisiones y carencia de medios de transporte, sin contar con la insalubridad del puerto de Veracruz.
El ejército expedicionario podía seguir dos caminos para llegar a Puebla, su objetivo. El primero por Orizaba y el segundo por Jalapa. El general Forey determinó que el ejército se dividiera en dos fracciones: una debía seguir el camino de Orizaba y la otra el de Jalapa.
Todo estaba listo para emprender las operaciones sobre Puebla. Todo se había hecho con precaución. Nada se dejó al azar.
El general Forey trasladó su cuartel general a Quecholac, a donde reunió una junta de guerra que discutió las maneras de efectuar el ataque.
El avance de las tropas francesas desde Veracruz hasta la altiplanicie no tropezó con más obstáculos que los de la naturaleza y algunas guerrillas que dificultaron sólo un poco la marcha.
El mérito de González Ortega consistió en darse cuenta de las circunstancias.
El general González Ortega tenía la creencia de que el ataque a la ciudad de Puebla iba a ser general y simultáneo. De ahí la manera como distribuyó sus fuerzas en los fuertes y el poco interés que tuvo en posesionarse y fortificar el cerro de San Juan.
En las instrucciones que Napoleón III dio al general Forey, le indicaba: “Para apoderarse de Puebla, creo absolutamente inútil que se establezca el sitio de Guadalupe y de Loreto. El ataque por el Carmen (Hidalgo), durante las guerras civiles, siempre ha dado éxito, y un ataque de barricadas será mucho menos mortífero que el sitio de las colinas mencionadas”.
El 19 de marzo el general Forey estableció su cuartel general en el cerro de San Juan.
Desde que observó la maniobra del ejército francés, González Ortega comprendió las intenciones del enemigo. Mandó reforzar el fuerte de Iturbide con cestones, sacos de tierra, faginas y repuestos de municiones.
La caballería mexicana, que hasta entonces sólo había servido para hostilizar las columnas francesas en su avance desde Amozoc hasta los suburbios de la plaza, se había encerrado en Puebla por orden del general Ortega. Esta determinación formaba parte del plan de defensa, en atención a que se esperaba, no un sitio formal, sino un ataque rudo por algunos de los puntos fortificados, y se deseaba que la caballería, en ese caso, sirviera para decidir la acción sobre la llanura.
El día 23 por la tarde, los franceses terminaron sus disposiciones preliminares del sitio. Se puede decir que el 26 fue cuando iniciaron formalmente las operaciones. Al amanecer los franceses abrieron sus fuegos sobre el Iturbide y en pocas horas quedaron destrozados los parapetos del baluarte de la. El actual Instituto Cultural Poblano, remozado para penitenciaría en el porfiriato, recibió tantos tiros que quedó muy dañada. El bombardeo siguió todo el día sobre el fuerte y la ciudad.
El general Francisco P. Troncoso, en su Diario de las Operaciones Militares del Sitio de Puebla en 1863, dice que: “como a las 8 de la noche, los centinelas dieron la alarma, pues una línea de tiradores enemigos se vio a manos de 150 metros (…). El enemigo se retiró a su paralela con algunas pérdidas, y durante una hora hizo un fuego violento de cañón”.
Por su parte el general Forey asegura que no hubo tal asalto y que sólo se trataba de construir la tercera paralela con dos mil trabajadores.
El día 28 la artillería se encarnizó y los fuegos con que respondían los cuatro cañones del Morelos, fueron apagados. Siete días de fuego que Forey comparó con la batalla de Sebastopol
Así pasó también abril, fracasando los ataques contra las posiciones de San Marcos, el Carmen, San Agustín, Totimehuacán y Santa Inés, precisamente el 25 de abril en un rechazo tan violento que frenó la acometida francesa. Forey denegó las peticiones diplomáticas de dejar salir mujeres, niños y ancianos de la ciudad. Opinó González Ortega: “El general francés cree que por el terror de las familias obligará a la guarnición a rendirse; si esto cree, se equivoca, pues lo soldados que mando y yo muy particularmente estamos resueltos a defender manzana por manzana, edificio por edificio, aunque todo quede convertido en ruinas”. A fines de abril ya sólo hubo carne de burro y perro; a principios de mayo el salvado era el único alimento disponible. En su desesperación la gente se lanzaba a la calle, más en busca de la muerte que de comida. González Ortega no recibe ayuda de Comonfort, del otro lado del cerco y es invitado por el general francés a aliarse al ejército invasor y se proclamado presidente para concluir la guerra. Las palabras de González Ortega todavía resuenan en la conciencia, se dice militar y afirma no tener poderes legitimos para intervenir en las cuestiones políticas o diplomáticas de México.

A las cuatro de la mañana del 17 de mayo, González Ortega escribe a Forey: “Señor general: no siéndome ya posible seguir defendiendo esta plaza por la falta de municiones y víveres, he disuelto el ejército que estaba a mis órdenes y roto su armamento, incluso toda la artillería.” Sabía que alcanzaban ya las municiones para sólo dos horas de batalla.
“Queda pues la plaza a las órdenes de V.E., y puede mandarla ocupar, tomando, si lo estima conveniente, las medidas que dicta la prudencia, para evitar los males que traería consigo una ocupación violenta, cuando ya no hay motivo para ello.
“El cuadro de generales, jefes y oficiales de que se compone este ejército, se halla en el palacio del Gobierno, y los individuos que lo forman se entregan como prisioneros de guerra. No puedo, señor general, seguir defendiéndome por más tiempo, si pudiera, no dude V.E. que lo haría.
         Los 26 generales y los 1, 400 jefes y oficiales rehusaron el pliego de Forey después de la rendición de no volverse a mezclar en asuntos de política o guerra. Las leyes, escriben, del país proscriben  contraer compromiso alguno que menoscaba el honor militar.
         Algunos fueron ejectuados, otros marcharon a Francia cantando el himno nacional. José María Vigil dice al respecto: “Se había perdido una plaza, pero se había salvado el honor de México”, Yánez afirma: “Se había perdido una batalla pero se había asegurado el triunfo final de la República”
         La resistencia heroica del Sitio de Puebla de 1863 fortaleció al itinerante gobierno de Juárez, fortaleció a tal grado el sentimiento de la nación que la emperatriz de Francia dijo: “Las pirámides de Egipto fueron menos difíciles de construir que lo que sería vencer a la nada mexicana”
         En su frase despectiva no puede ocultar el orgullo herido de todo imperialismo que se encuentra con la fe legítima de los habitantes de una República libre y soberana para hacer valer los derechos de su libre autodeterminación. ¿Qué tenía Juárez? ¿Qué tenemos aún hoy los mexicanos frente a los avasallamientos del poder absoluto, que corrompe absolutamente. Algo simple y asaz efectivo, el derecho, el arma más poderosa, el derecho cuyo respeto engendra la paz.
         Aún así también en el terreno de las armas los sitiados de Puebla no fueron vencidos ni comprometieron, como decía el presidente Juárez, la palabra sagrada de la patria.
         Olvidando el hambre la gente del pueblo aclamó el 17 de mayo de 1863 a los generales y jefes reunidos en el atrio de catedral y a algunos malos mexicanos y malos poblanos que osaron gritarles que se habían puesto al servicio del invasor, la muchedumbre a gritos los llamó traidores y bandidos y aplaudió cuando los antipatriotas fueron azotados por los propios soldados franceses Actitud popular que contrastó con la que, tristemente, las clases pudientes asumirían poco después al recibir en Catedral, solemnemente a las huestes extranjeras entonando un espantoso te deumpor su llegada. Fueron pocos, serán siempre pocos en un país que ha construido su historia desde el mejor liberalismo, con un profundo respeto a los otros y las otras, pero que ha exigido ese mismo respeto para las legítimas instituciones de su República.
         Como afirma Yánez no es el territorio sino el corazón de los mexicanos un castillo al que no puede llegar la invasión.
                   Hoy, en esta ciudad entonces sitiada, refrendamos en plena globalización económica la soberanía de nuestras identidades. La identidad no es un rígido dato inmutable, -como afirma Claudio Magris, y aquí gloso-, sino que es fluida, un proceso siempre en marcha, en el que continuamente nos alejamos de nuestros propios orígenes, como el hijo que deja la casa de sus padres, y vuelve a ella con el sentimiento y con el pensamiento; algo que se pierde y se renueva, en un incesante desarraigo y retorno, en una constante asimilación de lo mejor de lo ajeno para juntarlo con lo mejor de lo propio. Quien mejor ha expresado el amor a la patria, siempre pequeña y siempre grande no es quien celebra bárbaramente el terruño y la sangre, olvidándose que esta es siempre –oigámoslo bien- siempre mestiza, sino quien ha tenido la experiencia del exilio, del destierro, de la pérdida y ha aprendido que una patria (y una matria) y una identidad no se pueden poseer como se posee una propiedad. El amor a las propias raíces necesita insertarse en un horizonte universal.
         Necesitamos un nuevo federalismo que descentralice y autonomice, es cierto. Que, por ende, agilice la administración pública, sin perder nunca, como nunca perdió el suelo González Ortega y los poblanos- la visión de conjunto nacional y supranacional.
         Los patriotas del sitio de Puebla de 1863 no estaban en contra de las otras naciones pero exigían el más profundo respeto a la nueva República que se reponía de la guerra de reforma con un espíritu imbatible que hoy recordamos con orgullo.
Puebla se fortificó y se amuralló, se cerró y puso fronteras, pero sólo para defenderse de la obsesión colonial y de la imposición externa, de una voluntad ajena, del destino de un pueblo. Destino que sólo corresponde decidir a la mayoría gracias a las instituciones de la democracia.
Luego Puebla se volvió a abrir, en un justo reconocimiento del mestizaje que la caracteriza y que la hace grande. En el nuevo milenio la lección del Sitio sigue imperecedera, porque este es un tiempo que anuncia sus contradicciones y las lleva al extremo. Vuelvo a Magris: la derrota en casi todos los países del orbe de los totalitarismos políticos –cualquiera sea su color- no excluye la posible victoria de un totalitarismo blando y coloidal capaz de promover –a través de mitos, ritos, consignas, representaciones mediáticas y figuras electrónicas- la autoidentificación de las masas, consiguiendo que el pueblo crea querer lo que sus gobernantes consideran en cada momento más oportuno y lo impongan a través de encuestas de popularidad, chantajes económicos y escenarios catastrofistas. Cada vez tendremos que usar más la razón para defendernos de las formas racionalizadas de dominación, como la utilización política de los sondeos como instrumento de la demagogia racional. El totalitarismo ahora no se confía ya en las fallidas ideologías fuertes, ni en las logradas ideologías fuertes, como el nacionalismo de los republicanos mexicanos del siglo XIX que hoy honramos, sino a las gelatinosas ideologías débiles promovidas por el poder de las comunicaciones.

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